lunes, 23 de noviembre de 2009

En la costa

Desde Trujillo fui a pasar un día a Huanchaco, un pequeño pueblecito costero a 12 kilómetros de la ciudad. Los pescadores hacen unos barquitos (los "caballitos de totora") al estilo de los que había visto en Puno, a orillas del Titicaca. Con eso salen a pescar. También hay algún que otro surfista aunque todo es bastante humilde y aburridillo.

Mi idea era acampar en la playa pero no lo vi claro y acabé encontrando un cámping por el que pagué 10 soles. Cuál sería mi sorpresa cuando paseando por el pueblo encontré hostales con todas las comodidades por el mismo precio... Y yo durmiendo en el suelo. Qué le vamos a hacer.

Gaviotas

Caballito de totora

Fernando Fernán Gómez

Parejita

Destripando

Triste

Por la tarde

Más tarde

Ruinas de adobe

Comenzamos a subir la Panamericana, la carretera que nace en Alaska y termina en Tierra de Fuego, a través de un paisaje desértico de cuando en cuando salpicado por alguna localidad. Ignoré Chimbote y me fui directo a Trujillo.

Trujillo es una ciudad bien colonial, de edificios bajitos y fachadas de colores (sólo en el centro, claro). Llegué un domingo y como todos los domingos en Sudamérica es día de sopor, de calles vacías y de desfiles patrios (qué pesaos...). Me alojé en un hostel por primera vez en bastante tiempo con la esperanza de conocer algún mochilero más pero parece ser que en esta época no hay demasiada gente que vaya a Trujillo... Sin embargo conocí a Jeanne, una francesita que trabajaba allí y me invitó a ver una película en la Alianza Francesa.

El principal atractivo de Trujillo está a 5 kilómetros y son las ruinas del Chan Chan de la cultura chimú. Si bien estoy ya bastante saturado de ruinas quería conocer éstas ya que al estar hechas de adobe son diferentes a todas las vistas hasta ahora, que estaban hechas de piedra. Un lugar curioso en medio del desierto, aunque después de haber estado en Machu Picchu todo lo demás parece ya una birria.






La gran urbe

De costa a costa, por fin otra vez el mar. Desde el Atlántico en Rio de Janeiro seis meses atrás al Pacífico en Lima, aunque esta vez sin playa... El Padre Emilio lo arregló para que pudiera alojarme gratis en la Oficina de Desarrollo, en el barrio de Miraflores, el más elegante de la capital. A mí suelen pasarme estas cosas... Si ya en Buenos Aires pasé de vivir en la villa miseria de Soldati a la mansión de Fede en Belgrano, aquí pasé de estar en un pueblo perdido de la sierra a hospedarme detrás del hotel Marriott a cien metros del mar.

Hay que reconocerlo: Lima es fea, y como toda gran urbe (siete millones de habitantes) es caótica e impersonal, muy occidental. El centro no sólo no tiene gran cosa de particular sino que puede ser algo peligroso, sobre todo al irse el sol. El cielo es gris casi permanentemente y todos los días hace su aparición la garúa, esa finísima lluvia tan representativa de Lima. Las distancias son largas, el ruido es molesto y el tráfico salvaje, aunque he de reconocer que agarrar cualquier combi con el chófer haciendo rally para robarle los clientes al que viene detrás y el cobrador cantándole cuándo parar y cuándo arrancar, tiene su aquel. Para más inri Miraflores es caro y no pude hacer mi habitual vida perroflauta de comer por 1 euro. En contrapartida tiene todos los servicios de cualquier gran ciudad, lo que la convierte en un buen caravanserai donde abastecerse de líquido de lentillas, auriculares o cualquier cosa que en otros lugares es imposible encontrar.


Algo que sí me encantó es el centro comercial Polvos Azules donde uno puede encontrar unos chollos increíbles. La polera del Barcelona que en España cuesta de 70 euros para arriba acá cuesta 8 euros. Si es falsa o no sólo ellos lo saben, pero de ser así la imitación es idéntica al original.

Tras varios días solo una noche en un bar de Barranco conocí a Katty y ella se convirtió en mi gran amiga limeña. Me llevó de paseo a conocer su barrio de Chorrillos, me presentó a sus amigos y a su familia e hizo que de la gris y fea Lima acabara llevándome un recuerdo muy lindo.


Miraflores

Al fin, el Pacífico

Los parapentes

La Catedral

¿Favelas?

Con Katty en Plaza de Armas, delante del Palacio de Gobierno

¡¡¡¡Gooooool de Don Andrés Iniesta!!!!

Auténtico

El recuerdo que me llevo de las casi cuatro semanas que pasé en Cangallo es el de una experiencia única que nunca olvidaré, rodeado de gentes y paisajes auténticamente andinos. Es un viaje al pasado, de tradiciones y mitos, de la lucha por la subsistencia, de modos de vida primitivos para cualquiera que venga de fuera. Y ante todo, real como la vida misma.

Se me quedan grabados un sinfín de detalles. La convivencia en una casa de adobe, sin agua potable y electricidad muy limitada, donde la papa y el arroz son el menú diario para toda esa gente; las celebraciones religiosas en qechua que terminan con arpa y violín a golpe de chicha; el taller de tejedores de Chuschi, el de avicultores de Ñuñuhuaycco o el de talladores de piedra de Chacoya; la inocencia de la gente llamándome "padresito"; la mezcla de pena y ternura cuando me preguntan cuántas horas se tardan en carro desde Cangallo hasta España.

Hubo un incidente con la cámara que me deja un sabor agridulce, por el que sufrí mucho y me esforcé aún más por solucionar, y que prefiero ya no recordar más. Para el Padre Emilio y para todos los que me acogieron (Lorena, Lupe, Janet, Jorge, las hermanas mercedarias, los nativos que de un modo u otro hicieron que esta experiencia fuera hermosa), mi cariño y agradecimiento. Ha sido una bonita lección de vida.

Filmando en los Andes

Las bodas de Los Morochucos

Tejedora de Chuschi

El taller de tejidos

Celebrando la fiesta de Higospampa

El Padre Emilio a lo Fred Astaire

Preparado para conocer los aviarios de Ñuñuhuaycco

Los apicultores de La Abeja Morochuca
Contra el analfabetismo

Las puyas raymondii en flor, una vez cada cien años

En la comunidad de adobe de Chacoya

Con Roberto

Dos gringos a lo Clint Eastwood

Buscando piedras para tallar

Jornada de filmación con los talladores de piedra de Chacoya

Acá nos hospedaron un par de noches

Chacoya, en las profundiades de la sierra andina

Paseando por Cangallo, mi hogar por un mes

Esperando

El viaje de Cuzco a Ayacucho fue otra de esas torturas chinas que de vez en cuando no queda más remedio que afrontar. Diez horas hasta Andahuaylas, dos horas más de espera en el frío andino desayunando caldo de gallina con un borracho y otras diez horas masticando polvo entre curvas y baches hasta Huamanga (Ayacucho en qechua). Como es habitual en este tipo de trayectos en autobuses de bajo coste, no hay baño y hay que esperar a que el chófer pare y todo el mundo baje a aliviarse donde pueda. En conjunto, tan auténtico como insoportable.

Ayacucho es una ciudad bastante intrascendente estéticamente, sin nada que ya hubiera visto antes, pero no podía hacer otra cosa que esperar ya que ése debía ser el punto de encuentro con Javier para el proyecto que me había propuesto en Cuzco: pasar un mes con las comunidades andinas del departamento de Cangallo filmando un video institucional para la misión jesuítica. Estamos hablando de la zona donde el terrorismo de Sendero Luminoso actuó con más dureza en los 80 y 90, dejando miles de muertos y desaparecidos y más de un centenar de fosas comunes sólo en Cangallo.

Los primeros días anduve solo, conociendo el lugar y visitando el Museo de la Memoria donde se hace un acercamiento a lo que fueron aquellos años de guerra. Al cuarto día llegó Javier y al sexto conocimos al Padre Emilio, quien nos alojaría durante nuestra estancia y nos mostraría la realidad de esta zona ignorada.

Tres horas en 4x4 sorteando barrancos y estábamos en Cangallo.