jueves, 9 de julio de 2009

La vida en Bolivia

Tras el frío de mis cuatro días en Potosí encontré el lugar adecuado para detenerme en Sucre, 2000 metros más bajo, donde llevo ya tres semanas. Varios son los factores que han hecho que lleve tanto tiempo en esta ciudad. El clima es agradable, pudiendo ir incluso en manga corta durante el día, y las calles son en su mayoría planas, sin las subidas y bajadas de Potosí que le dejaban a uno sin oxígeno. Hay muchos gringos que se quedan un tiempo aquí para aprender español o hacer voluntariados, con lo que hay muchas caras que se repiten casi a diario y forman ya un pequeño grupo de amigos. Y sobre todo, el hecho de que Sucre es una ciudad con buenos servicios en comparación con todo lo que había visto antes, y donde se está a gusto.

Tras algo más de un mes en Bolivia es tiempo de hacer algunas consideraciones sobre este país.

"Perú es barato, Bolivia es gratis", me decía Mario, amigo peruano que conocí en Salta. Apretándose un poco el cinturón se puede subsistir en Bolivia con 6 euros al día. Con 10, uno ya es el rey. Los alojamientos, si bien en su mayoría se caen a pedazos y puede uno encontrarse cualquier cosa en el baño, salen por 2-3 euros por día. Comer en un mercado o en un restaurante de bolivianos sale por 1 euro y una cena buena buena no sale por más de 4-5. Lógico por tanto que muchos gringos vengan y se crean Onassis. Esto hace también que la botella de agua que ayer te costó 4 bolivianos hoy cueste 5 en la misma tienda, porque todo el mundo cambia los precios según la cara que te vea y uno tiene siempre la sensación de que le están cobrando de más (esto ha dado lugar a algún que otro pequeño enfado por mi parte, no por tener que pagar 10 céntimos de euro más, que me da lo mismo, sino por el hecho de que quieran engañarme en mi propia jeta).

El tema de la alimentación da para contar bastante. Yo solía comer en los mercados donde un almuerzo compuesto por sopa y un segundo cuesta 1 euro. En contrapartida siempre había algún dedito que la mami te metía en la sopa, o pelos en el arroz, o vasos que estás viendo que lavan en agua gris. Ahora como lo mismo pero en restaurantes de bolivianos, que cuestan igual y las medidas higiénicas están un poco mejor.

Hablando de comida, la cocina boliviana tiene sus cosas buenas y sus no tan buenas. Me gusta que en todas partes haya dos platos y siempre sopa de primero, de pollo, trigo, maní... que además de estar rica lleva sustancia; o que la carne, para mí que soy muy carnívoro, sea habitual, rica y abundante, no como en Asia que es puro hueso. Hasta ahí la parte buena. Lo negativo es que todo va frito, y los platos típicos como la pailita, el silpancho o la chorrellana sean lo mismo con distinto nombre, es decir, carne, arroz, cebolla, salchicha, huevo, patatas y plátano, todo frito y chorreando aceite. Los pescados brillan por su ausencia, los guisos escasean y muchas cosas pican bastante, sobre todo si se les añade yagua o ají, presente en todas las mesas. Con estas dietas es normal que los gringos nos pongamos enfermos en un momento u otro, y yo a pesar de masticar coca como un conejo ya he pasado mi via crucis de vómitos y lo que no son vómitos. Gajes del oficio de viajero que es mejor aceptar de antemano.

Los mercados son lugares sorprendentes que merece la pena visitar, y yo lo hago a diario. Los puestos de carne, con vísceras, moscas y perros por todas partes, causan impresión. Están las señoras del pan, las de los jugos de frutas, las de los quesos, las de las tartas... unas al lado de las otras, en competencia pero en armonía, gritando "pase, pase" sin ni siquiera mirarte. Y por supuesto las pobres cholas ancianas, arrugadas como trapos, sentadas en el suelo durante todo el día, ofreciendo sus cuatro caramelos, o sus especias, o sus hierbajos. Día tras día, levantándose sus capas de faldas y refajos para orinar como pueden en las alcantarillas.

El boliviano es un personaje curioso, especialmente en Sucre donde hay menos coyas comparado con el sur y donde la gente está bastante occidentalizada en su mayoría. He conocido bolivianos muy amables y receptivos con el extranjero, mientras que otros son antipáticos, especialmente si hay dinero de por medio. Preguntar direcciones es siempre una misión ya que la gente no sabe explicarse y sueltan cualquier cosa, casi siempre terminando con un "arribita, arribita" e indicando con la mano hacia ninguna parte, para librarse de uno. Como me decía el amigo Alan, sucrense, en Bolivia hay mucho regionalismo: los de una parte están contra los de otra. Pero lo más doloroso es el desprecio general hacia los indígenas, los más pobres entre los más pobres.

El país entero está plagado de pintadas a favor de Evo Morales. Sin embargo he conocido a muchos bolivianos (que casualmente son de clase alta) que están en contra suya, acusándole de no haber terminado ni siquiera el bachillerato. "Pues en España todos tienen estudios y son unos merluzos", suelo contestarles yo. Sea como fuere, el pueblo está con Evo, y yo también.

El transporte en Bolivia es para morirse, no sólo por el estado de los autobuses sino por el de las carreteras, de tierra en su mayoría. En las ciudades el transporte urbano son los micros, que suelen llevar letreros escritos en japonés que me sorprendían. Parece ser que en Japón estos pequeños micros no pueden seguir circulando tras cinco años, por ley, así que se los venden a Bolivia y Perú donde no tienen tantos miramientos.

Asegurarse de tener siempre una botella de agua en la habitación, y también papel higiénico; los niños que persiguen a cualquiera con zapatos para limpiárselos a cambio de unas monedas "para poder comer"; los puestos de películas y CDs piratas con la música de Michael Jackson a toda pastilla; el ciego que toca un tambor; los guardias de seguridad vigilando comercios a la noche con el moflete como un hámster por las hojas de coca; los coyas con sus sandalias, las cholas con trenzas hasta la cintura llevando a su niño atrás en el aguacho, el señor en su auto de lujo tocando la bocina sin razón, la chica con gafas de sol y botas de tacón. Todo forma parte de la realidad de Bolivia, a veces maravillosa y casi siempre dura.

"Bolivia: lo auténtico todavía existe", dice la publicidad.

Chola en buen estado físico comparada con otras...

"...que la música militar nunca me supo levantar..."

Sucre, aquí nació la libertad
Las mamis que me dan mi licuado cada mañana

Tecnología japonesa, corazón boliviano

Minas

Potosí no es sólo la ciudad más alta del mundo y Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, también es la más fría en la que he estado en mi vida. Digamos que en esta época del año hay sólo cinco horas en la que la temperatura es tolerable (desde las 12 hasta las 5 de la tarde), el resto del tiempo el frío es terrorífico y los pantalones térmicos, el gorro y los guantes, además de todo lo que se pueda poner uno encima, son imprescindibles. En las pensiones de mala muerte, como en la que yo me alojé, no hay agua por las mañanas en los grifos porque se ha congelado durante la noche.

Rafa ya me había advertido que en Potosí me harían algún comentario por ser español, debido a toda la plata que aquí se robó hace varios siglos y que según la definición de la época "se podía tender un puente de plata desde Potosí hasta Madrid". Algo me dijeron, sí, y de hecho hay gente que aún está resentida con los españoles por esto, pero de alguna manera fui capaz de hacerles ver que les entendía y que estaba en contra de cualquier saqueo, lo hagan los españoles o los birmanos. No hubo problemas en este sentido.

El principal atractivo de Potosí son las minas del Cerro Rico, una montaña de mineral en la que cada vez va quedando menos tras siglos de explotación. Es sabido que allí trabajan cientos de mineros, muchos de ellos niños, en condiciones infrahumanas.

Lo habitual es contratar un tour para visitar una de las minas y donde las diversas agencias llevan a todos los gringos a los mismos sitios y en condiciones de peligro controlado. En mi linea traté de evitar esto y siguiendo algunas indicaciones que me dio el dueño de mi pensión, hacer las cosas por mi cuenta.

Tomé un micro hasta el alto de El Calvario, donde los mineros se reúnen cada día a las 8 de la mañana para tomar otros micros que les llevan a sus respectivas minas. El Calvario es, por otra parte y según tengo entendido, el único lugar del mundo donde se puede comprar dinamita libremente.

Tras hablar con varios mineros, Weymar se ofreció a mostrarme su lugar de trabajo a cambio de una retribución (menor que con una agencia). Subimos en el micro con todos los demás mineros hasta la mina, donde todos mastican coca durante una hora o más antes de entrar a las galerías. Una vez dentro Weymar me mostró los túneles y me explicó cómo trabajan la veta de plata o zinc con explosivos o a mano, y cargan las vagonetas con 300 kilos de material para ser refinado. Atravesamos túneles corriendo agachados para no golpearnos con el techo, evitando alguna que otra vagoneta que circula a toda pastilla. Sorteamos pozos de 30 metros de profundidad apoyándonos en débiles tablillas, subimos escaleras en estado lamentable, agarrándonos a la roca para no caernos... Como Weymar me decía, "estas cosas no te las enseñan las agencias". O que los mineros no van al baño desde que entran hasta que salen, y que si uno tiene diarrea ese día le obligan a quedarsde en su casa. O que la tempratura varía de casi 0 en la superficie a casi 40 en las galerías más profundas.

Weymar también me contó cómo según la leyenda un "coya" (los bolivianos de la zona andina) hizo una hoguera en el Cerro Rico para pasar la noche. Al despertarse por la mañana comprobó cómo entre las cenizas había esquirlas de plata. Corrió a contarlo en el pueblo pero la historia llegó a oídos de los españoles que a partir de ahí comenzarían la explotación con esclavos, llegando a construir lagunas artificiales para abastecerse cuyo fondo cubrieron con pieles de res para que el agua no se filtrara. Estas lagunas aún se mantienen.

Quién sabe cuál sería el presente de Bolivia de no haber sido por aquel robo llevado a cabo por los abuelos de los abuelos de los abuelos de los abuelos de tu cuñado, que no del mío.

Las afueras del mercado de Potosí

Casas en la montaña

Los mineros coquean antes de entrar a trabajar

Arreglando una vagoneta

Atravesando los túneles

La veta de plata, vil metal

Coqueando con Weymar, un capo

Yo no vine a robar


La mina con el sol de cara