lunes, 23 de noviembre de 2009

En la costa

Desde Trujillo fui a pasar un día a Huanchaco, un pequeño pueblecito costero a 12 kilómetros de la ciudad. Los pescadores hacen unos barquitos (los "caballitos de totora") al estilo de los que había visto en Puno, a orillas del Titicaca. Con eso salen a pescar. También hay algún que otro surfista aunque todo es bastante humilde y aburridillo.

Mi idea era acampar en la playa pero no lo vi claro y acabé encontrando un cámping por el que pagué 10 soles. Cuál sería mi sorpresa cuando paseando por el pueblo encontré hostales con todas las comodidades por el mismo precio... Y yo durmiendo en el suelo. Qué le vamos a hacer.

Gaviotas

Caballito de totora

Fernando Fernán Gómez

Parejita

Destripando

Triste

Por la tarde

Más tarde

Ruinas de adobe

Comenzamos a subir la Panamericana, la carretera que nace en Alaska y termina en Tierra de Fuego, a través de un paisaje desértico de cuando en cuando salpicado por alguna localidad. Ignoré Chimbote y me fui directo a Trujillo.

Trujillo es una ciudad bien colonial, de edificios bajitos y fachadas de colores (sólo en el centro, claro). Llegué un domingo y como todos los domingos en Sudamérica es día de sopor, de calles vacías y de desfiles patrios (qué pesaos...). Me alojé en un hostel por primera vez en bastante tiempo con la esperanza de conocer algún mochilero más pero parece ser que en esta época no hay demasiada gente que vaya a Trujillo... Sin embargo conocí a Jeanne, una francesita que trabajaba allí y me invitó a ver una película en la Alianza Francesa.

El principal atractivo de Trujillo está a 5 kilómetros y son las ruinas del Chan Chan de la cultura chimú. Si bien estoy ya bastante saturado de ruinas quería conocer éstas ya que al estar hechas de adobe son diferentes a todas las vistas hasta ahora, que estaban hechas de piedra. Un lugar curioso en medio del desierto, aunque después de haber estado en Machu Picchu todo lo demás parece ya una birria.






La gran urbe

De costa a costa, por fin otra vez el mar. Desde el Atlántico en Rio de Janeiro seis meses atrás al Pacífico en Lima, aunque esta vez sin playa... El Padre Emilio lo arregló para que pudiera alojarme gratis en la Oficina de Desarrollo, en el barrio de Miraflores, el más elegante de la capital. A mí suelen pasarme estas cosas... Si ya en Buenos Aires pasé de vivir en la villa miseria de Soldati a la mansión de Fede en Belgrano, aquí pasé de estar en un pueblo perdido de la sierra a hospedarme detrás del hotel Marriott a cien metros del mar.

Hay que reconocerlo: Lima es fea, y como toda gran urbe (siete millones de habitantes) es caótica e impersonal, muy occidental. El centro no sólo no tiene gran cosa de particular sino que puede ser algo peligroso, sobre todo al irse el sol. El cielo es gris casi permanentemente y todos los días hace su aparición la garúa, esa finísima lluvia tan representativa de Lima. Las distancias son largas, el ruido es molesto y el tráfico salvaje, aunque he de reconocer que agarrar cualquier combi con el chófer haciendo rally para robarle los clientes al que viene detrás y el cobrador cantándole cuándo parar y cuándo arrancar, tiene su aquel. Para más inri Miraflores es caro y no pude hacer mi habitual vida perroflauta de comer por 1 euro. En contrapartida tiene todos los servicios de cualquier gran ciudad, lo que la convierte en un buen caravanserai donde abastecerse de líquido de lentillas, auriculares o cualquier cosa que en otros lugares es imposible encontrar.


Algo que sí me encantó es el centro comercial Polvos Azules donde uno puede encontrar unos chollos increíbles. La polera del Barcelona que en España cuesta de 70 euros para arriba acá cuesta 8 euros. Si es falsa o no sólo ellos lo saben, pero de ser así la imitación es idéntica al original.

Tras varios días solo una noche en un bar de Barranco conocí a Katty y ella se convirtió en mi gran amiga limeña. Me llevó de paseo a conocer su barrio de Chorrillos, me presentó a sus amigos y a su familia e hizo que de la gris y fea Lima acabara llevándome un recuerdo muy lindo.


Miraflores

Al fin, el Pacífico

Los parapentes

La Catedral

¿Favelas?

Con Katty en Plaza de Armas, delante del Palacio de Gobierno

¡¡¡¡Gooooool de Don Andrés Iniesta!!!!

Auténtico

El recuerdo que me llevo de las casi cuatro semanas que pasé en Cangallo es el de una experiencia única que nunca olvidaré, rodeado de gentes y paisajes auténticamente andinos. Es un viaje al pasado, de tradiciones y mitos, de la lucha por la subsistencia, de modos de vida primitivos para cualquiera que venga de fuera. Y ante todo, real como la vida misma.

Se me quedan grabados un sinfín de detalles. La convivencia en una casa de adobe, sin agua potable y electricidad muy limitada, donde la papa y el arroz son el menú diario para toda esa gente; las celebraciones religiosas en qechua que terminan con arpa y violín a golpe de chicha; el taller de tejedores de Chuschi, el de avicultores de Ñuñuhuaycco o el de talladores de piedra de Chacoya; la inocencia de la gente llamándome "padresito"; la mezcla de pena y ternura cuando me preguntan cuántas horas se tardan en carro desde Cangallo hasta España.

Hubo un incidente con la cámara que me deja un sabor agridulce, por el que sufrí mucho y me esforcé aún más por solucionar, y que prefiero ya no recordar más. Para el Padre Emilio y para todos los que me acogieron (Lorena, Lupe, Janet, Jorge, las hermanas mercedarias, los nativos que de un modo u otro hicieron que esta experiencia fuera hermosa), mi cariño y agradecimiento. Ha sido una bonita lección de vida.

Filmando en los Andes

Las bodas de Los Morochucos

Tejedora de Chuschi

El taller de tejidos

Celebrando la fiesta de Higospampa

El Padre Emilio a lo Fred Astaire

Preparado para conocer los aviarios de Ñuñuhuaycco

Los apicultores de La Abeja Morochuca
Contra el analfabetismo

Las puyas raymondii en flor, una vez cada cien años

En la comunidad de adobe de Chacoya

Con Roberto

Dos gringos a lo Clint Eastwood

Buscando piedras para tallar

Jornada de filmación con los talladores de piedra de Chacoya

Acá nos hospedaron un par de noches

Chacoya, en las profundiades de la sierra andina

Paseando por Cangallo, mi hogar por un mes

Esperando

El viaje de Cuzco a Ayacucho fue otra de esas torturas chinas que de vez en cuando no queda más remedio que afrontar. Diez horas hasta Andahuaylas, dos horas más de espera en el frío andino desayunando caldo de gallina con un borracho y otras diez horas masticando polvo entre curvas y baches hasta Huamanga (Ayacucho en qechua). Como es habitual en este tipo de trayectos en autobuses de bajo coste, no hay baño y hay que esperar a que el chófer pare y todo el mundo baje a aliviarse donde pueda. En conjunto, tan auténtico como insoportable.

Ayacucho es una ciudad bastante intrascendente estéticamente, sin nada que ya hubiera visto antes, pero no podía hacer otra cosa que esperar ya que ése debía ser el punto de encuentro con Javier para el proyecto que me había propuesto en Cuzco: pasar un mes con las comunidades andinas del departamento de Cangallo filmando un video institucional para la misión jesuítica. Estamos hablando de la zona donde el terrorismo de Sendero Luminoso actuó con más dureza en los 80 y 90, dejando miles de muertos y desaparecidos y más de un centenar de fosas comunes sólo en Cangallo.

Los primeros días anduve solo, conociendo el lugar y visitando el Museo de la Memoria donde se hace un acercamiento a lo que fueron aquellos años de guerra. Al cuarto día llegó Javier y al sexto conocimos al Padre Emilio, quien nos alojaría durante nuestra estancia y nos mostraría la realidad de esta zona ignorada.

Tres horas en 4x4 sorteando barrancos y estábamos en Cangallo.







miércoles, 30 de septiembre de 2009

Trek del Salkantay y Machu Picchu

Introducción

Machu Picchu. El momento cumbre de cualquier viaje a Sudamérica. La imagen icónica de una ciudad construida piedra a piedra en las alturas. La fascinación que tengo desde niño por esa imagen tantas veces vista en mis libros como "Es divertido descubrir el Mundo", o sugerida en "Tintín y el Templo del Sol". Hay varias maneras de llegar a Machu Picchu. La opción del rico es pagar 50 dólares y tomar el tren a Aguas Calientes. La del pobre, ocho horas en colectivo hasta Santa María, una hora más a Santa Teresa y después caminar dos horas o tres sobre las vías del tren hasta Aguas Calientes. También existen varios treks siendo el más famoso el Camino del Inca, que cuesta 300 dólares, hay que reservar con varios meses de antelación y debe hacerse con agencia por mandato de las autoridades. Yo buscaba algo especial.

La idea

Brivael, mi buen amigo francés con quien viví aventuras en el Cañón del Colca y Arequipa, me había hablado del trek del Salkantay: cinco días y cuatro noches entre las montañas, alcanzando los 4600 metros de altitud y bordeando el nevado que le da nombre. Briva me había dado algunas notas y datos para que pudiera hacerlo solo, sin depender de ninguna agencia, viviendo una aventura única y ahorrándome los 400 dólares que puede llegar a costar. Ya tenía mi manera especial de llegar a Machu Picchu

Preparativos

Para acometer esta aventura contaba con la carpa (tienda de campaña) que había comprado por 10 euros en un supermercado de Buenos Aires y con mi última adquisición: un sleeping (saco de dormir) que aguanta hasta -7 grados.

Compré por 15 soles unos metros de plástico impermeable para tapar la carpa en caso de lluvia que yo mismo me encargué de cortar y pegar con cinta adhesiva para que pudiera cubrir toda la superficie.

Para alimentarme compré unos tuppers y la siguiente comida para aguantar los cuatro días hasta Aguas Calientes: ocho filetes empanados, un queso andino, dos latas grandes de sardinas, un kilo de plátanos, galletas, un paquete de pan de molde, cuatro ciabattas, esparcible (como mantequilla pero no se derrite) y mermelada. También 2,5 litros de agua para empezar y pastillas para ir purificando.

Entre otros útiles me llevé una linterna frontal, jabón y toalla, esterilla para dormir, impermeable, despertador, navaja multiusos y un mapa que saqué de
aquí.

Calculo que mi mochila pesaría alrededor de 12 kilos entre carpa, sleeping, esterilla, ropa, útiles y alimentos.

Día 1: Mollepata - Soraypampa

A las 3 de la mañana me levantaba en Cuzco para tomar el colectivo, que finalmente salió a las 5,30, durante tres horas hasta Mollepata. Este pueblecito a 2900 metros de altitud sería el punto de partida de mi trek. Tras desayunar en la plaza parte de mi comida y recibir alguna indicaciones de los lugareños, me puse en marcha a las 9.

El camino era cómodo aunque cuesta arriba prácticamente todo el tiempo. Pronto comencé a disfrutar de los paisajes que la caminata me iba ofreciendo.








Al cabo de un par de horas llegaba a Cruzpata, primer punto en mi mapa y que resultó ser una casa y un kiosko de bebidas. Un rato más tarde alcanzaba Sayllapata (aquí ya sólo una casa, sin kiosko) y a mediodía, con la primera visión de los nevados hacia los que me dirigía, encontré el lugar perfecto para sentarme y almorzar. Fue aquí donde los primeros mosquitos comenzaron a abrasarme pues aunque pequeños algunos eran capaces de picar a través de la ropa. No había contado con traer un repelente por si acaso...



Tras el almuerzo continué mi camino cuesta arriba. El peso de la mochila comenzaba a molestar y además hizo su aparición la primera lluvia, que aunque fina era persistente. Sin embargo me permitió ver un arcoiris precios en la profundidad del valle.

Despacio pero seguro seguía acercándome a mi destino. Los nevados cada vez se veían más cerca y algunos lugareños que encontré me daban informaciones sobre la distancia por recorrer. Información a la peruana, es decir, que no daban ni una.





Ya con las fuerzas algo justas llegué al fin, sobre las 4,30 de la tarde, a la pampa donde acamparía a la vera mismo de los nevados. Unos señores de un kiosko me indicaron que podía acampar allí mismo gratis (sólo tenía que consumirles algo, una chocolatina les compré), que yo era el primero y que no tardarían en llegar los grupos de las agencias que también iban a acampar allí. Efectivamente, un rato más tarde llegaban arrieros con mulas cargadas de equipaje e instalaban a mi alrededor buenas carpas con fly. Más tarde aún llegaban los excursionistas con sus guías, buenos equipos de montaña y con sólo alguna mochililla al hombro, imagino para portar agua y algo de comer.

Nadie me dirigió la palabra aunque alguna sonrisilla noté al ponerle el rudimentario plástico a la carpa sujetándolo con piedras y que me hizo bautizar a mi carpa como "La Tortuga". Sinceramente, me importó un soberano pimiento.






Mientras todos iban a cenar a cubierto la comida caliente que habían preparado los arrieros yo me metí a mi carpa a cenar mi comida y echarme a dormir a eso de las 7,30. Hacía bastante viento y el ruido que hacía el plástico me molestaba pero afortunadamente cesó pronto. A pesar de estar a 3850 metros de altitud el sleeping hizo su trabajo y no pasé frío.

Día 2: Soraypampa - Chaullay

Necesitaba tanto dormir que me levanté el último, a eso de las 7,30 cuando todo el mundo se había ido ya. Desayuné en la carpa, me lavé un poco, recogí el campamento y me puse en marcha a las 8,30, nuevamente hacia arriba dejando atrás el campamento de Soraypampa.




El camino era de piedras, dificultando mi marcha. El Salkantay estaba enfrente mío y sin embargo no podía verlo por culpa de la espesa niebla que lo cubría (esas manchas blancas en la esquina de las fotos).



Cuando llevaba más o menos hora y media de marcha comenzaron las dificultades. Ante mí se disponía una soberana montaña que había que subir con mucho esfuerzo pues la pendiente era tan vertical como la que había subido en el Cañón del Colca, con la diferencia que ahora llevaba muchísimo más peso. Además había que sortear las cacas de las mulas que me precedían, una constante durante todo el trekking. Haciendo click en esta foto y ampliando pueden verse a lo lejos por dónde suben las mulas, y que lógicamente subí yo también.

Como mi ritmo de subida era fuerte alcancé a un grupo formado por cuatro chicas españolas, una pareja portuguesa y una brasileña. Subían sin equipaje y algunos de ellos a caballo, y no dieron crédito a cómo pude sobrepasarles con el peso que yo llevaba a la espalda. Charlé un rato con ellos y me sacaron esta foto.

A partir de aquí las cosas se pusieron difíciles de verdad. La altitud cada vez era mayor, la pendiente era constante y apareció la lluvia, fuerte e insistente. Cada cierto rato debía pararme a tomar aire hasta que con no poco esfuerzo logré llegar a la pampa donde descansaban varios excursionistas que habían subido sin peso. No me detuve pues consideré que era peor y seguí adelante.

Y llegué al momento más duro de todo el trekking, las Siete Culebras. La pendiente era ya inhumana, la lluvia me había empapado toda mi ropa, sentía mi cara y mis manos heladas y la niebla no dejaba ver a veinte metros de mí. No había oportunidad de sacar fotos, todo mi esfuerzo se centraba en continuar hacia delante. Cada segundo y cada paso eran un sufrimiento, una tortura que duró más de una hora y que trataba de atenuar concentrándome en pensar en mi familia y amigos, en goles del Barça y en canciones de Nacho Vegas.

Sin aliento, jadeante, extenuado y hecho una piltrafa humana alcancé al final el Abra Salkantay a 4600 metros, el punto más alto del trek, y no pude evitar soltar un grito de júbilo y alguna lagrimilla tras tanto esfuerzo en solitario. Nadie más que yo sabe lo que me costó llegar hasta allá arriba con aquel peso y sin ninguna compañía más que la de mis propios pensamientos y elucubraciones.

Comenzaba el descenso y nadie dijo que fuera a ser fácil. El terreno era puro barro que me llegaba al tobillo, piedras y auténticos ríos de agua que desfilaban sin control. Continuaba la niebla y llegué a un punto donde era imposible discernir el camino, sólo era posible intuirlo y confiar en encontrar alguna caca de mula entre tanto barro, pues ello indicaría que por allí habían pasado arrieros antes que yo. La ropa mojada era ya parte de mi piel y descendía ya por pura inercia, reventadas las rodillas por el esfuerzo de frenar sin irme al piso.



Tras ya no sé cuanto tiempo en solitario alcancé a ver al fin una pampa con algo parecido a carpas y ciertos rayos de sol. La emoción de haber logrado llegar a un claro era enorme. Salí al fin de la niebla y pude ver algo de luz.



Allí en la pampa de Huaracmachay, sería la 1 del mediodía, pude almorzar junto a una roca, dejar que mi ropa se secara un poco y jugar con un perro. Algunos arrieros que preparaban almuerzos a techo para los pasajeros de su tour me reconocieron y hasta me invitaron a un sandwich de pollo. Al decirles mis tiempos me dijeron que estaba caminando espectacular, y eso me dio muchos ánimos. No me entretuve más y seguí con el descenso.

El paisaje cambió y entré ya en terreno de selva, aunque no cambió el clima: seguían la lluvia, la niebla, el barro y las piedras. Lamentablemente no podía verse la espesura de la vegetación en la montaña como sería deseable.



Fue por aquí donde empecé a notar un dolor en la ingle como tendinitis que ya no me abandonaría en adelante, y que hacía que a cada paso con la pierna derecha, al empujar hacia adelante, me diera un pinchazo. Pero qué iba a hacer, ¿ponerme ruedas? Había que seguir sí o sí con la única concesión de algún descanso para tomar alguna foto y recuperar el aliento.







Mojado, helado, cansado, dolorido y algunos calificativos negativos más, llegué de nuevo el primero al campamento de Chaullay, a 2900 metros de altitud. Igual que el día anterior, un señor me dejó acampar en un terreno a cambio de comprarle una Inca Cola. Armé a La Tortuga mientras llegaban los de los tours. Nuevamente ni una palabra así que me dediqué a jugar con los hijos del dueño, los pequeños Lily, Kelly, Lucero y Jover.



Aún más hecho polvo que el día anterior, entré a mi carpa aún más temprano, cené mis filetes empanados y mis sardinas con gusto y me eché a dormir sobre las 7. Esa noche llovió fuerte y constante, el plasticó caló y la humedad alcanzó la carpa, aunque no llegó a traspasarla ni a mojarme nada.

Día 3: Chaullay - Sahuayaco - Santa Teresa

Nuevo día y otra vez el último en ponerme en marcha pues además de dormir hasta que me cansé los niños me interrumpían la recogida de mis cosas porque querían seguir jugando. Creo que eché a caminar sobre las 9, el día que más tarde.

Cuando pensaba que ya todo sería descenso una nueva pendiente vino a darme los buenos días, con su consiguiente barro hasta el tobillo otra vez. Él camino tomaba diferentes bifurcaciones y por suerte alcancé a las españolas del día anterior que al ir con guía me explicaron que el camino habitual estaba cortado por no sé qué y había que tomar un desvío que ni siquiera el guía había tomado nunca. Afortunadamente preguntándole a algún pastor di con el camino correcto y pude seguir mi ruta solo. Hubo que bajar la montaña que acababa de subir y subir la de enfrente, donde tuve que pararme más de cuarto de hora porque unos labriegos andaban lidiando con unas vacas de prominentes cuernos algo nerviosas que cortaban el camino.







Siguiendo con mi camino di con un arroyo donde me lavé el sobaco, que ya era hora.

Y también me topé con un espectacular salto de agua que caía con fuerza desde la cumbre.

Al fin en terreno llano (aunque sólo a ratos) hice mi parada para el almuerzo. También me sirvió para descansar un poco el pinchazo de la ingle, que llevaba casi todo el día doliéndome y me hacía cojear un poco.

Lindas mariposas por el camino.

Volví a encontrarme con las españolas e hice parte del camino con dos de ellas, arriba y abajo. Ahí me di cuenta de que ir con gente disminuye el sufiemiento y el esfuerzo, pues va uno distraído charlando en compañía y ni te enteras. Al menos a mí me pasó durante la media hora que caminé con ellas hasta llegar a Lluscamayo. Allí había un micro esperando por su grupo para llevarlas a Sahuayaco. Su guía me ofreció ir con ellos pero yo preferí caminar por mi cuenta la media hora hasta allá.
Llegué a Sahuayaco y aquello parecía Benidorm. Muchas carpas, gente comiendo, bebiendo, sol... todo fenómeno. Algunos pasaban allí la noche y otros tomaban su micro hasta Santa Teresa. Ese debía ser el único trayecto que no me importaba no hacer a pie pues eran 15 kilómetros sin nada de particular. Una señora del pueblo me había dicho que el boleto me costaría 2,50 soles y que no les dejara que me cobraran más. Cuando pregunté y me pidieron 10 me planteé quedarme a pasar la noche allí y hacer el trayecto andando al día siguiente, pero al final charlé con el guía de las españolas y me hizo un hueco gratis en su micro.

Llegamos a Santa Teresa y lo de siempre, armé La Tortuga, su plástico, cena en la carpa y algo de charla con guías y arrieros que ya me conocían de verme tanto la jeta asomando por allí. Pude contarles mi historia, que hacía todo esto solo por principios y me dieron de cenar caliente. Pasé las últimas horas charlando con las españolas, jugando con el mono Pancho y dejando que los mosquitos me destrozaran los brazos y cualquier pedazo de carne que asomara por los rotos de mis vaqueros. Fue la noche que mejor dormí.

Día 4: Santa Teresa - Hidroeléctrica - Aguas Calientes

Este día me despedí de las pocas caras que conocía (españolas, arrieros, el mono...) y me puse en marcha, pletórico de energía, hacia Aguas Calientes, destino final del trek.

La primera parte hasta Hidroeléctrica fueron 11 kilómetros por carretera de tierra en ligera pendiente bajo un sol de justicia, a la margen izquierda del río. Casi al final hubo un tramo bastante matador de pendiente fuerte y la espalda me dolía ya después de tantos días con la mochila en el lomo.



Encontrarme con las primera montañas que rodean al Machu Picchu me dio un subidón.

Llegué a Hidro a las 12, almorcé y a las 12,30, bastante cansado, comencé la parte final: 10 kilómetros por las vías del tren, entre piedras y maderos, hasta Aguas Calientes.









Volvió la lluvia a empaparme pero a estas alturas ¿pensais que me importaba un carajo? Lo que sí me importaba era que el terreno era muy difícil de caminar: las piedras impedían pisar bien, los maderos no tenían una disposición uniforme y cada paso era diferente al anterior. Una pesadilla, aunque el paisaje de pura selva me compensaba todo.





La tendinitis de la ingle me tenía ya más muerto que vivo y me obligó a hacer los últimos tres kilómetros cojo del todo, como un lisiado arrastrando la pierna. Hasta que al fin pude ver las primeras casas de Aguas Calientes y a sentir ya la cercanía del Machu. Siete horas de caminata, más de 20 km, una ingle menos pero lo había conseguido. Estaba allí.

Al llegar a Aguas Calientes pensé en acampar pero realmente no me daban las fuerzas para acercarme hasta el cámping, que ni sabía dónde estaba. Conocí a un guía peruano y al preguntarle por un alojamiento barato me indicó la Posada del Caminante, que dijera que yo era amigo de la señora Tomasa (?) y que me harían descuento. Así lo hice. El señor de la posada me preguntó que de qué conocía yo a la señora Tomasa y le dije que por medio de la señora Julia, que trabaja conmigo en Cuzco. Yo a esas alturas deliraba ya, pero el caso es que coló y me dieron la mejor habitación desde que estoy en Perú por 15 soles, una auténtica ganga para un gringo en Aguas Calientes.

Tras una ducha caliente que me trasnportó a otra dimensión, salí por el pueblo. Lamentable. Aguas Calientes es Marbella de tanto restaurante "chulo" a precios europeos como hay. Yo me las arreglé para cojear hasta un lugar donde me dieron de comer por 6 soles, un chollo. Y sin tiempo para mucho más me fui a acostar pues debía madrugar al día siguiente. Pero madrugar, madrugar.

Día 5: Machu Picchu

Machu Picchu está en el cielo y hay dos maneras de subir: 7 dólares en autobús o gratis dos horas trepando. ¿Cuál elegí yo? Exacto.

A las 3 de la mañana me levantaba para llegar al Machu a la hora que abren, las 6, antes de que llegaran las hordas de turistas. En plena oscuridad y provisto con la linterna frontal crucé el puente y me puse a subir por la escalera de roca, en medio de la vegetación y en completo silencio. Daba un poco de miedo, hasta que di alcance a unos franceses que hacían lo mismo y eso me dio confianza. Tanta que llegué arriba en menos de hora y media.

Al llegar a la oficina a eso de las 4,45 pensé que sería el único pero vi que los había más locos que yo. Allí estaban Daniel y Anna, pareja de Quebec, y Ron, de Santiago de Chile. Nos hicimos amigos y estuvimos charlando a medida que amanecía e iba llegando gente hasta formar una cola enorme de la que yo era el cuarto.

Y ocurrió. Dieron las 6, nerviosismo, registros, algún empujón y por fin, tras cinco días de madrugones, mojaduras, dolor, esfuerzo, picaduras y sufrimiento allí estaba ante mí.

Machu Picchu. Lo había logrado.







Después de tanta soledad fue un gustazo compartir este día tan especial con Daniel, Anna y Ron. Pasamos la jornada arriba y abajo, tomando mil fotos y recorriendo todos los rincones de esta maravilla.








Además, los 400 primeros que llegan tienen derecho a subir al Wayna Picchu que es esa montaña que se ve detrás de las ruinas en las primeras fotos. Se tarda una hora en subir pero yo ya estaba en plan Juanito Oiarzábal y lo hice en media. No había comido nada pero estaba a tope: era la energía que me daba ser el hombre más feliz del mundo. En esta primera foto se ve la carretera por la que sube el bus, y por el medio, aunque no se vea, está la escalera de roca por la que subí de madrugada con la linterna.









Y ya eufóricos, los chicos y yo fuimos caminando hasta el otro extremo donde está la Puerta del Sol, otros 45 minutos de subida y un nuevo ángulo para contemplar el Machu.

Entré a las 6 y salí a las 4. No era para menos. Aún seguiría allí si pudiera pues a pocas cosas en esta vida le había dedicado tanto esfuerzo. Pero una vez allí confirmé lo que yo ya sabía: que todo había valido la pena.

Al día siguiente, última paliza. Caminar de vuelta los 10 kilómetros de vías del tren con Daniel, Anna y Ron hasta Hidroeléctrica, una hora de taxi a Santa María y 6 horas de combi de vuelta a Cuzco. El sueño había terminado.
Conclusiones

"Está loco", pensarán muchos que me lean. "Un masoca", dirán otros. Es difícil explicar la satisfacción incomparable que he sentido realizando en solitario esta aventura que por momentos se convirtió en una pesadilla. En ella se han juntado muchos de los principios que me definen como persona: el contacto con la montaña y la naturaleza, el intentar hacer las cosas por uno mismo, la independencia, el luchar por lo que uno ama, un sueño de chico. Me ha servido para conocerme más a mí mismo, que los límites son los que uno se pone y que si quiero, puedo.

Habrá mil aventuras más excitantes, arriesgadas, duras o enriquecedoras. Pero ésta ha sido la mía. Y estoy muy orgulloso.