jueves, 21 de mayo de 2009

Diez días entre las montañas

Tras pasar la noche acampados entre los matorrales de Purmamarca, Ben y yo decidimos tratar de recorrer los 20 km hasta Tilcara haciendo autostop. Descendimos con nuestras mochilas los 3 kilómetros hasta el cruce y una vez en la Ruta 9 caminamos haciéndole dedo a los vehículos que pasaban, refrescándonos en el río. Tras más o menos una hora nos levantó una camioneta. El trayecto en el remolque observando la quebrada a nuestro paso fue espectacular. La palabra para definirlo es "libertad".




En Tilcara nos alojamos en un cámping la primera noche, pero yo me moría de frío. Hay que decir que estamos ya a una altitud cercana a los 3000 metros. Esto significa que durante el día hace sol y muchísimo calor y por la noche absolutamente todo lo contrario. De hecho, tan solo el pasar del sol a la sombra hace que la temperatura varíe en unos 20 grados con lo que estamos continuamente poniéndonos y quitándonos ropa según las circunstancias. La segunda noche nos cambiamos a un hostel barato y yo me hice con algo de ropa de abrigo y una manta con la que pasar las siguientes noches de acampada en mejores condiciones.

Tilcara es un pueblo polvoriento pero encantador. Aquí visitamos las ruinas de Pucará con excelentes vistas sobre el valle e hicimos un trekking de 4 km todo para arriba por caminos de cabras hasta llegar a la Garganta del Diablo, un hermoso cañón con precipicios muy pronunciados.







Tras dos días en Tilcara volvimos a hacer dedo hacia Humahuaca, a 40 kilómetros. Nos gusta caminar por la carretera y que los escasos vehículos que circulan nos hagan luces o toquen la bocina a nuestro paso, aunque lógicamente lo que queremos es que nos lleven! Primero nos agarró un camión hasta Huacalera y una hora más tarde un simpático músico en su coche nos llevó a Humahuaca. Objetivo cumplido.

En Humahuaca acampamos en un cámping abandonado, ya sin tanto frío tras mis últimas adquisiciones. Mi vestuario para la noche se compone de dos pares de calcetines, un pantalón de chándal y unos vaqueros uno encima de otro, dos camisetas, un jersey y una chaqueta, todo eso dentro del saco de dormir y recubierto con una manta.

En Humahuaca vagabundeamos sus calles haciéndonos amigos de algún que otro perro que nos seguía (esto se sucederá más adelante también en otros pueblos) y al que yo bautizo siempre como Fernando, en honor a un legendario perro que habitó en Resistencia.



Siguiendo el consejo de otros viajeros (entre ellos Martín y Julio, dos buenos amigos porteños que encontramos en Purmamarca y Tilcara) decidimos tomar el colectivo hasta Iruya, un pueblo perdido entre montañas ya en la provincia de Salta. El recorrido por caminos de tierra sorteando precipicios fue espectacular, e incluso vimos guanacos en la distancia (o alpacas o llamas, no lo tengo claro). Durante el trayecto alcanzamos en un punto los 4000 metros de altitud, si bien al haber ido ascendiendo progresivamente durante los últimos días no padecimos ninguna clase de mal de altura. Al contrario, visitar un pueblo tan hermoso con Iruya y estar en buena compañía (encontramos de nuevo a Martín y Julio) fue una experiencia estupenda.





Desde Iruya fuímos caminando unas dos horas, ascendiendo entre las piedras de un río semiseco, hasta llegar a San Isidro, otro pueblito aún más remoto que Iruya, enclavado en mitad de una montaña y sin electricidad. Coincidió que era la fiesta del pueblo con lo que todo el mundo andaba borracho y haciendo el indio. Pudimos disfrutar de un partido de fútbol en la cumbre, y nunca mejor dicho, ya que dos equipos locales jugaron a 3000 metros de altitud.

Al día siguiente, tras regresar a Iruya de nuevo caminando entre las piedras, comprobamos la dificultad de practicar cualquier deporte en altitud. Jugamos unas pachangas con algunos chicos locales y a esa altura la verdad que cualquier carrerita cansa mucho más que al nivel del mar, aunque fue muy divertido y fuímos la atracción del pueblo por un rato.



Tras una noche más en Iruya nos levantamos a las 5 de la mañana para tomar el colectivo (hubo que esperar a que cambiaran una rueda pinchada) de regreso a Humahuaca, donde encontramos de nuevo a Fernando, y de ahí otras cuatro horas hasta llegar finalmente a Salta, donde nos encontramos.

martes, 12 de mayo de 2009

Sin palabras

San Salvador significó también el reencuentro con un buen amigo: Ben, uno de los dos hermanos australianos con quienes anduve por Brasil.

Junto con Ben llegamos a Purmamarca, hogar del Cerro de los Siete Colores, uno de los lugares que tenía entre ceja y ceja desde mucho antes de comenzar este viaje. Buscamos unos matorrales alejados de la civilización y allí armamos nuestro campamento donde pasaríamos la noche. Después recorrimos toda la zona, donde yo casi sufro el síndrome de Stendhal (quien no lo conozca que lo busque por Google) ante tanta belleza.

A la tarde decidimos escalar a la brava una montaña desde la que pudimos contemplar el Cerro de los Siete Colores desde un punto de vista aéreo (primera foto) y que probablemente casi nadie puede disfrutar.

Por la noche nos encontramos con Martín y Julio, dos jóvenes argentinos con los que compartimos fuego, vino, historias, canciones y el más maravilloso cielo estrellado que he visto nunca.

La noche en la tienda de campaña fue helada, pero eso ya es otra historia...


Vista aérea (para tenerla hay que escalar, amigos)

Vagabundos

Casas de adobe

Van un asturiano y un australiano y...

Toma montaña

¿Valle o paleta de pintor?

Cactus y yo

El descanso del escalador

Al fin te conozco, cerro

Estoy en Jujuy, ¿que no?

Termas y diques

Gracias a unos chicos que conocí en el hostel pude disfrutar de dos hermosas excursiones.

La primera a las Termas del Rey, donde hay unas piscinas de agua caliente a las que finalmente no entramos. La belleza del entorno fue más que suficiente para mí.

La segunda, a unos diques en la ladera de los Andes donde disfrutamos de un excelente asado.

Por cierto, es otoño y estoy en Jujuy. Durante el día el sol pega fuerte y hace mucho calor, pero a la noche... ¡menudo frío!


En los diques

Me divierto con cualquier cosa

Cinco años viviendo solos entre las montañas

Primer contacto con los Andes

Llega al fin la montaña

Tras cuatro meses en Sudamérica de aquí para allá comienza al fin lo bueno, lo que de verdad más me gusta cuando viajo: los paisajes, las montañas, el contacto con la naturaleza y el vagabundismo.

Tras una parada de rigor en Salta, a donde volveré más adelante, llegué a San Salvador de Jujuy. Me recibió una ciudad llena de vida en un emplazamiento precioso en la ladera de los Andes. Jujuy, una de las regiones más pobres de Argentina y una de las más ricas paisajísticamente, debía ser el punto de partida de un recorrido que, si no hay problemas de por medio, me llevará hasta Ushuaia, 3000 kilómetros más hacia el sur.

En San Salvador ya empieza a notarse la proximidad con Bolivia, tanto en los rostros oscuros de la gente como en los paisajes. Sin duda una ciudad donde no me importaría quedarme un tiempo. Pero queda tanto camino por delante...

La ciudad de las estatuas... y de las personas


De regreso en Argentina, la siguiente parada tras cruzar la frontera y hacer todo el papeleo fue Resistencia, en la provincia de Chaco. Para mi alojamiento contacté con Marcelo de Hospitality Club, que junto con sus hijos Belisario y Violeta me hospedó durante tres días, me invitó a comer con su abuela y confió tanto en mí que hasta me dejó las llaves de su casa para que entrara y saliera cuando quisiera.

También conocí a Fabricio, que me llevó a conocer los museos de la ciudad y El Fogón de los Arrieros, un curioso lugar de la ciudad difícil de describir, mitad museo, mitad casa del disparate.

Resistencia es la ciudad de las estatuas, ya que una iniciativa ha puesto más de 500 repartidas por toda la ciudad. Sin embargo, y como siempre digo, una ciudad no sólo es lo que ves sino la gente que conoces, y tanto Marcelo como Fabricio hicieron que pasara tres días estupendos en Resistencia. Gracias a los dos y hasta siempre.

Impresiones sobre Paraguay


Por si alguno de mis amigos paraguayos leen esta entrada vaya por delante que éstas son las impresiones que Paraguay le ha causado a un mochilero que ha conocido el país mucho menos tiempo del que probablemente merece, ya que tan sólo estuve en él durante una semana. Y que todo está escrito desde el cariño que me merece y la tristeza que he sentido en ocasiones.

En primer lugar, es bastante notorio que Paraguay se encuentra, desgraciadamente, varios escalones por debajo de Argentina o Brasil, los otros dos países sudamericanos que he visitado hasta ahora. Se nota en las infraestructuras, en la ausencia de hostels al ser un país poco visitado por el turismo, la falta de cajeros automáticos (según parece sólo hay en Ciudad del Este, Encarnación y Asunción), los billetes de guaraníes casi deshechos por el uso. Se nota en los trayectos interminables en autobús (200 kilómetros en 6 horas) debido a que paran literalmente cincuenta veces a recoger y soltar pasajeros y mercancías. Se nota en la sensación de inseguridad en Asunción al caer el sol o en el problema del dengue, presente en cada lugar que he visitado.

Noto una cierta tristeza en las caras de la gente, y sin embargo, por lo que he podido conversar, están orgullosos de su patria a la que aman con devoción. Por circunstancias históricas Paraguay no ocupa el lugar que merecería, y esto es algo que a mí, que vengo de fuera a conocer de primera mano este tipo de cosas, me apena. Me apena ver a niños desnudos vagando por las calles, en una Asunción donde el corazón se me parte en cada esquina. Me apena que una mujer me diga que no puede ir a visitar a su madre enferma porque el billete de autobús cuesta 25000 guaraníes (menos de 7 euros) porque no los tiene. Me apena que un niño quiera limpiarme las botas por 30 céntimos de euro. Me apena que este país antes fuera desarrollado y ahora ya no lo sea.

Dicho esto, y volviendo al tema personal, para mí ha sido muy enriquecedor conocer Paraguay y a los paraguayos. A veces me es difícil comprenderles cuando hablan porque el guaraní está mezclado con el español, y a eso ha dado lugar a varias situaciones cómicas. Pero a pesar de todo lo anterior me gustaría quedarme con el recuerdo de una gente que me ha tratado con mucho cariño y de los que he aprendido muchas cosas.

Hasta siempre, Paraguay.

El pombero


Este curioso personaje es una de las figuras de la mitología guaraní y equivaldría, salvando las distancias, a nuestro hombre del saco. Sesuele asustar a los niños diciéndoles "¡que viene el pombero!".

La foto la tomé a la entrada de una tienda en Asunción.

Atravesando Paraguay

Palacio de Gobierno



Desde Ciudad del Este me trasladé a Encarnación, casi en la frontera con Argentina. Allí debía encontrarme con Marisa, a quien conocí en casa de Fede en Buenos Aires, y su familia. Pero las circunstancias no se dieron para que pudiéramos vernos, así que hice noche y continué mi camino al día siguiente hacia Asunción.

Al llegar a Asunción contacté con Juanita a quien a su vez había conocido en Soldati. Juanita es una de las más bellas personas que he conocido y amablemente me hospedó en su casa. Pude conocer la ciudad y compartir su fiesta de cumpleaños.


No puedo decir que Asunción me haya gustado mucho. Como ya me ha pasado en otros lugares, al caer el sol es peligroso caminar por la ciudad. Sin embargo los buenos momentos con Juanita y la gente paraguaya que conocí compensaron cualquier inconveniente.