miércoles, 30 de septiembre de 2009

Ciudad de contrastes

¿Una de las ciudades más bonitas que he visitado en mi vida? Sin duda tiene que serlo. El centro de Cuzco es encantador, por lindo, por limpio, por seguro. El empedrado de las calles, los edificios de color rojizo, los montes que la rodean, la historia que guarda... todo hace que sea un placer pasearla de arriba abajo. Tres cuadras más allá del centro, donde la mayoría de los turistas no se molesta ni en asomar la nariz, vuelven a aparecer la inmundicia, los hombres sin ojos tirados en el piso, los perros sin patas, los niños sucios jugando con una bolsa de plástico y toda esa cruda realidad de América Latina que llevo descubriendo desde que puse el pie en Buenos Aires, hace ya ocho meses y medio. Contrastes.

Sin embargo hay algo aún más evidente que detesto de Cuzco. Como Rio de Janeiro, Cataratas de Iguazú o Salar de Uyuni, es éste un destino para el turismo de élite, y se nota. El centro está lleno de restaurantes y bares orientados al turista, agencias que organizan excursiones, joyerías, tiendas de alpaca fina e incluso, el colmo de los colmos, un McDonalds en plena Plaza de Armas. Utilizando una de las expresiones de mi buen amigo Manu, "anda ya hombre, vete a cagar". Inevitablemente, la identidad se pierde en busca del vil metal, y desgracidamente lo comprendo. Todo el mundo se sube a tu cuello para que comas en su restaurante, le compres un gorro, te des un masaje o hagas un tour. Es difícil para esta gente el comprender que no todos pertenecemos a ese turismo despilfarrador que, y no lo critico ni mucho menos, viene aquí a pasar sus dos semanas de vacaciones y pegarse la vidorra. Lo que más me molesta es la desproporción. No puede ser posible que en un restaurante cualquiera de Plaza de Armas un plato cueste 30 soles (unos 7 euros) y yo coma y cene cada día mi menú de sopa y segundo por 2 soles. La diferencia es de quince a uno y a mí eso sigue sin cuadrarme.

Durante mis primeros diez días en Cuzco estuve completamente solo las 24 horas, algo que no me entristece. Me encanta estar con gente pero también disfruto y valoro mis periodos de soledad, a solas con mis razonamientos. Lo más parecido a un amigo que tuve en esos días fueron dos repartidores de flyers catalanes, los perros y los niños. A Sandro, Richard y Erwin me los encontré a las 2 de la mañana cuando yo regresaba de un concierto reggae. Estaban llorando porque la policía se estaba llevando a otro hermanito suyo, parece ser que por robar, y cuando quise interceder la policía casi me da con la porra. Me los llevé a los tres a comer una hamburguesa callejera bajo la condición de que fueran buenos, a sabiendas de que la vida y sus padres, si es que tienen, les obligarán a no hacerme ni caso. Angélica vendía pulseritas con su mamá y se sabía el nombre de todos los nietos del Rey, porque ella es muy buena estudiante y no tiene la culpa de que en la escuela le enseñen semejantes chuminadas. Y con Graziella compartí mesa para almorzar porque no había más lugar, y se sorprendía de que me comiera el ceviche con un tenedor cuando todos los peruanos lo hacen con cuchara. Con todos ellos tuve las únicas conversaciones puras y sinceras desde que llegué aquí y ninguno quiso sacarme la plata, algo bastante común ya hables con una anciana o con un artesano hippie.

Un día y por sorpresa me encontré por la calle con Pepi, mi gran amiga australiana con quien conviví en Sucre y fuimos tropezándonos sucesivamente en Santa Cruz de la Sierra, La Paz y ahora aquí. Pero para sorpresa y de las grandes, otro de los momentazos del viaje, como cuando alcancé al Rafa en Villazón. Javi, el "Chino", amigo desde hace diez años, mi "hermanito" que me llevó a vivir a Amsterdam, compañero de colegio mayor, de piso y de fregoteos varios, paseaba con sus padres cuando le hice un placaje por la espalda presa de la emoción. Dos semanas prácticamente solo y de repente, el Chino. La piel de gallina. Javi está en mi onda y me ha propuesto un plan del que de concretarse, y todo apunta a que sí, pronto habrá noticias.


La Plaza de Armas y nunca mejor dicho

El Muro Inca, donde entre piedra y piedra no cabe un papel de fumar

El hombre del saco

Sábado de mercado en las vías del tren

Con nocturnidad y alevosía

Lo mismo pero de día

Sin título

Arco de Santa Clara

Cesta y puntos

La seño y su kiosko

Esperando a la combi

Follow the leader

Viva el Perú glorioso

Croupier de 8 años

Mercadeando bajo la lluvia

Cuzco es rojo

Calle de San Blas

Montón de casas

Todo el día ahí en esa posición

Tobogán


Después de lavar la ropa se te queda esta cara

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