Los últimos días de vuelta en Arequipa con Brivael fueron especiales y surrealistas. De entre las muchas experiencias vividas me quedo con una que aún hoy, varios días después, me hace soltar una sonrisa.
En el mercado de San Camilo, donde cada día Briva y yo desayunábamos el chicharrón de chancho de la Señora Carmen (¡felicidades por su embarazo!) y el juguito surtido de Nelly, conocimos a dos personas singulares y entrañables. Maha, argentino, es un cocinero vegetariano ambulante y Hare Krishna, y Diego, colombiano, viene viajando desde Barranquilla con lo que gana haciendo malabares en el semáforo.
Maha nos propuso hacer algo diferente. El objetivo: romper el esquema y arrancarle una sonrisa a la gente. Nos pusimos unos gorros de cocinero para identificarnos y con unos cartelones hechos a mano salimos a la calle a repartir "abrazos gratis".
Calculo que cada uno de nosotros repartió más de cien abrazos en las dos horas que recorrimos la calle Mercaderes y la Plaza de Armas. Abrazamos a niños, a ancianos, a parejas, a chicas macizas, a señores con traje, a todo el que quiso ser abrazado. Nos sacaron montones de fotos y charlamos muchísimo con la gente que no entendía por qué un francés, un argentino, un colombiano y un español hacían algo así.
Hubo momentos hermosos. Esa anciana que me dice "que Dios te bendiga" al abrazarla, la chica que viene llorando y me dice "lo necesitaba", niños muy muy pequeñitos a los que hay que abrazar con toda la delicadeza del mundo porque parece que van a romperse, sin techos a los que probablemente nadie abraza jamás...
Maha lo logró. Fue una experiencia preciosa que comentamos durante horas y horas, y que nos cargó las pilas de energía positiva.
Chicos, lo logramosEn el mercado de San Camilo, donde cada día Briva y yo desayunábamos el chicharrón de chancho de la Señora Carmen (¡felicidades por su embarazo!) y el juguito surtido de Nelly, conocimos a dos personas singulares y entrañables. Maha, argentino, es un cocinero vegetariano ambulante y Hare Krishna, y Diego, colombiano, viene viajando desde Barranquilla con lo que gana haciendo malabares en el semáforo.
Maha nos propuso hacer algo diferente. El objetivo: romper el esquema y arrancarle una sonrisa a la gente. Nos pusimos unos gorros de cocinero para identificarnos y con unos cartelones hechos a mano salimos a la calle a repartir "abrazos gratis".
Calculo que cada uno de nosotros repartió más de cien abrazos en las dos horas que recorrimos la calle Mercaderes y la Plaza de Armas. Abrazamos a niños, a ancianos, a parejas, a chicas macizas, a señores con traje, a todo el que quiso ser abrazado. Nos sacaron montones de fotos y charlamos muchísimo con la gente que no entendía por qué un francés, un argentino, un colombiano y un español hacían algo así.
Hubo momentos hermosos. Esa anciana que me dice "que Dios te bendiga" al abrazarla, la chica que viene llorando y me dice "lo necesitaba", niños muy muy pequeñitos a los que hay que abrazar con toda la delicadeza del mundo porque parece que van a romperse, sin techos a los que probablemente nadie abraza jamás...
Maha lo logró. Fue una experiencia preciosa que comentamos durante horas y horas, y que nos cargó las pilas de energía positiva.
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