jueves, 3 de septiembre de 2009

Brutal

Empiezan a acabárseme los adjetivos para definir todo lo que estoy sintiendo en estas últimas semanas. El Cañón del Colca, al igual que el Lago Titicaca, el Cerro de los Siete Colores, el Salar de Uyuni y tantos otros lugares que voy conociendo en este viaje, es de esos sitios que casi me hacen llorar de la emoción, y que hacen que todo el esfuerzo, las incomódidades, el sueño, el hambre, el frío y el cansancio valgan la pena.

Dejando atrás Cruz del Cóndor llegué a Cabanaconde solo, con únicamente un pan con queso en el cuerpo, y mi principal preocupación era encontrar un lugar donde dejar la mayor parte de mi equipaje. Cuando lo encontré lo siguiente era acomodar las cosas que iba a necesitar en mi minimochila de estudiante, lo cual fue también un dolor de cabeza. Una vez resuelto todo esto partí hacia el cañón a las 11 de la mañana (uno de los últimos en salir), con pan, mantequilla y mermelada como único refrigerio y un mapa de la zona que era un chiste. Como siempre confié en que todo saldría bien y me acerqué hasta el precipicio.

La primera visión fue sobrecogedora. 1000 metros por debajo de mí se veía el fondo del cañón como un mundo en miniatura y otros 2000 metros por encima, la roca en caída vertical salpicada de pequeños pueblitos colgados de la pared y un laberinto de caminos, con varios cóndor saludándome desde las alturas. La piel, de pura gallina.

Hay dos formas de bajar al Oasis de Sangalle. La corta son dos horas de bajada. La larga da un rodeo importante, mi mapa/croquis decía que tardaría siete horas, yo no conocía el camino y corría el riesgo de que se hiciera de noche y me quedara a la intemperie con una linterna. ¿Cuál elegí yo? Pues la larga, está claro.

Fui haciendo la bajada a buen ritmo, observando maravillado el paisaje que se avalanzaba sobre mí, cruzándome con algún cura trepador, mulas, cóndor y señoras con sandalias. Sin tiempo para comer ni beber debido a la prisa para que no anocheciera, la adrenalina que fluía por mis venas me daba el plus de energía que necesitaba hasta acabar alcanzando y superando a grupillos que habían salido dos horas antes que yo. Esto me tranquilizó, y tras conocer a Félix y volver a encontrarme con Brivael, juntos hicimos la última parte del trekking hasta llegar al Oasis de Sangalle. Allí varias chozas de totora sin electricidad nos podían cobijar pero para completar este día de emociones planté mi carpa y catorce horas después, volví a comer. A las 8 caí rendido en mi esterilla, arrullado por el rumor del agua que cae desde las cumbres 3000 metros por encima de mí.

Al día siguiente Brieval y yo iniciamos la ascensión, esta vez por el camino corto pues no tiene sentido desandar lo andado. Lo habitual es tardar cuatro o cinco horas en trepar la pared, una subida constante que nosotros completamos en dos horas porque si te paras es peor y porque estamos como toros. Llegar a la cima empapado en sudor, con una paliza encima de campeonato y contemplar el fondo del abismo del que procedes es una pasada.

Ha habido gente que me ha dicho que el Cañón del Colca les ha gustado pero que tampoco ha sido la gran cosa. A mí me ha fascinado y descubro que se está despertando en mí una pasión infinita por la montaña, la naturaleza, el cielo y la roca. Y aún queda Machu Picchu, y Huaraz y la Cordillera Blanca, y el trekking del Huayhuash, y más y más y más. Porque una nunca puede tener bastante de esta sensación que ya es como una droga.


Salgo sin saber muy bien a dónde. Cabanaconde, ahí te quedas

Primera visión del cañón

Pueblitos colgados de la pared

Voy bajando

El Oasis de Sangalle 1000 metros por debajo, ahí me dirijo

¡Ostras, un cóndor!

El cañón en plenitud. Espectacular.

Me cruzo con mulas

Ya bajé y estoy del otro lado

Je je, cómo mola esto

Jugamos a fantasmas dentro del cañón

Voy con Félix, ya nos queda poco

Pues sí, no tenía ni pajolera idea pero éste era el camino correcto

Mi carpa a la mañana siguiente

Bien merecido baño con Brivael

Reventado, he llegado a la cima. Que me quiten lo bailao. Cañón, te amo.

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