lunes, 15 de junio de 2009

Coca

Otra de las cosas que Rafa me enseñó fue a masticar hojas de coca, o simplemente "coquear". Al principio me pareció una estupidez e incluso desagradable, pero ahora no dejo de verle ventajas.

Las hojas se compran generalmente en los mercados. Por 5 bolivianos (50 céntimos de euro) te dan una bolsa que es suficiente para unos cuantos días. Se van tomando hojitas y metiéndolas en la boca, quitándoles el rabito para que no haga daño en la encía. Se mastican un poco y se van acomodando en el moflete. Se les puede añadir una puntita de bicarbonato o de camote para que suelten mejor el jugo, que es de lo que se trata. Cuando ya lo han soltado todo se escupen, que es la peor parte porque se quedan trozos de hoja entre las muelas, pero qué le vamos a hacer.

Desde que coqueo me encuentro fenomenal del estómago, lo cual es de agradecer en un país como Bolivia donde tarde o temprano se suele enfermar uno de eso. No he tenido ningún dolor de cabez (soroche) como consecuencia de la altitud. Me quita el hambre y el sueño en la medida en la que lo haría un café, lo cual viene bien para los viajes largos en autobús. Eso sí, después de las 5 o las 6 de la tarde ya no coqueo más porque da un poco de imsomnio.

La coca tiene además un montón de vitaminas, y son la única explicación para que las ancianas cholitas tengan la fuerza que tienen, cargando al niño a la espalda metido en el aguacho, sacos de cemento, empujando carros o lo que se les ponga por delante.

Además de todo esto, y como dicen los bolivianos, la coca es un amigo. Anda que no hace compañía...

Rafa y yo, coqueando en la pieza

Quítales el rabo, primo

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