jueves, 9 de julio de 2009

Minas

Potosí no es sólo la ciudad más alta del mundo y Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, también es la más fría en la que he estado en mi vida. Digamos que en esta época del año hay sólo cinco horas en la que la temperatura es tolerable (desde las 12 hasta las 5 de la tarde), el resto del tiempo el frío es terrorífico y los pantalones térmicos, el gorro y los guantes, además de todo lo que se pueda poner uno encima, son imprescindibles. En las pensiones de mala muerte, como en la que yo me alojé, no hay agua por las mañanas en los grifos porque se ha congelado durante la noche.

Rafa ya me había advertido que en Potosí me harían algún comentario por ser español, debido a toda la plata que aquí se robó hace varios siglos y que según la definición de la época "se podía tender un puente de plata desde Potosí hasta Madrid". Algo me dijeron, sí, y de hecho hay gente que aún está resentida con los españoles por esto, pero de alguna manera fui capaz de hacerles ver que les entendía y que estaba en contra de cualquier saqueo, lo hagan los españoles o los birmanos. No hubo problemas en este sentido.

El principal atractivo de Potosí son las minas del Cerro Rico, una montaña de mineral en la que cada vez va quedando menos tras siglos de explotación. Es sabido que allí trabajan cientos de mineros, muchos de ellos niños, en condiciones infrahumanas.

Lo habitual es contratar un tour para visitar una de las minas y donde las diversas agencias llevan a todos los gringos a los mismos sitios y en condiciones de peligro controlado. En mi linea traté de evitar esto y siguiendo algunas indicaciones que me dio el dueño de mi pensión, hacer las cosas por mi cuenta.

Tomé un micro hasta el alto de El Calvario, donde los mineros se reúnen cada día a las 8 de la mañana para tomar otros micros que les llevan a sus respectivas minas. El Calvario es, por otra parte y según tengo entendido, el único lugar del mundo donde se puede comprar dinamita libremente.

Tras hablar con varios mineros, Weymar se ofreció a mostrarme su lugar de trabajo a cambio de una retribución (menor que con una agencia). Subimos en el micro con todos los demás mineros hasta la mina, donde todos mastican coca durante una hora o más antes de entrar a las galerías. Una vez dentro Weymar me mostró los túneles y me explicó cómo trabajan la veta de plata o zinc con explosivos o a mano, y cargan las vagonetas con 300 kilos de material para ser refinado. Atravesamos túneles corriendo agachados para no golpearnos con el techo, evitando alguna que otra vagoneta que circula a toda pastilla. Sorteamos pozos de 30 metros de profundidad apoyándonos en débiles tablillas, subimos escaleras en estado lamentable, agarrándonos a la roca para no caernos... Como Weymar me decía, "estas cosas no te las enseñan las agencias". O que los mineros no van al baño desde que entran hasta que salen, y que si uno tiene diarrea ese día le obligan a quedarsde en su casa. O que la tempratura varía de casi 0 en la superficie a casi 40 en las galerías más profundas.

Weymar también me contó cómo según la leyenda un "coya" (los bolivianos de la zona andina) hizo una hoguera en el Cerro Rico para pasar la noche. Al despertarse por la mañana comprobó cómo entre las cenizas había esquirlas de plata. Corrió a contarlo en el pueblo pero la historia llegó a oídos de los españoles que a partir de ahí comenzarían la explotación con esclavos, llegando a construir lagunas artificiales para abastecerse cuyo fondo cubrieron con pieles de res para que el agua no se filtrara. Estas lagunas aún se mantienen.

Quién sabe cuál sería el presente de Bolivia de no haber sido por aquel robo llevado a cabo por los abuelos de los abuelos de los abuelos de los abuelos de tu cuñado, que no del mío.

Las afueras del mercado de Potosí

Casas en la montaña

Los mineros coquean antes de entrar a trabajar

Arreglando una vagoneta

Atravesando los túneles

La veta de plata, vil metal

Coqueando con Weymar, un capo

Yo no vine a robar


La mina con el sol de cara

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